Puede ser fácil
que la millonésima parte de una molécula de alturas
en escombros habitables apueste y gane solicitar estrictamente nada.
El canto del gallo, como cada mañana desde la eternidad de las ideas,
hace bailar al día para que no se haga tarde
y la aurora no ennegrezca temprano su diadema recién lucida.
Y corran, corran las lámparas a desmayarse sobre esternones,
clavículas y Pompeyas,
alicatados sus hilos para que no rompan fibras al estrellarse en el suelo.
Después habrá que encenderlas.
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