Una mirada sobre el cuerpo que no vuelve la cabeza
se queda quieta en los perfiles de sus enaguas.
Suben los hombros
hacia el pasado,
al norte del refugio subterráneo.
Adiós es el fruto por siempre muerto.
No te vuelvas
-le decía la voz que la impulsaba-,
no conviertas en sal las venas que un día fueron trigo,
no quieras ver estatuas en jardines secos.
Imposible silenciar los ojos que ayer nunca se cerraron.
Escalones en automático desplazamiento.
Arriba y abajo tienen el mismo sentido.