Existen muchas cosas que nos hacen escribir, que nos sitúan en ese punto ausente en el que la mano se mueve para unir letra tras letra, espacios y sentidos. Esto no estaría escrito de no ser por el mago Satie y el no menos mágico Ruibal y su flor de Estambul.
Mujer de rojo y danzando, fotografía de Steve Richard |
Da vueltas sobre su eje como si el éter fuese humo de incienso,
hace que caigan muros de niebla y un olor a catedral laica,
-momento en el que la mente consigue el silencio-
asoma el rostro sin ser visto.
Desfallecen los ojos fijos en sus pestañas, mueren un poco
los juicios y las costumbres por exceso de una sustancia desconocida,
se abren manos y extienden sus dedos hacia el alítropo campo de su magnetismo.
¡Cómo rompen aguas los temblores de la tierra!
Los espectadores, antes inertes piedras, conocen el movimiento
de cintas en el río cuando sus aguas dejan gargantas para extenderse
sobre el estómago de una llanura infinita.
Aparecen notas de una extraña partitura escritas en el aire,
las bocas se abren con ruido de respiros,
una esquina en las alturas baña de vahos tibios todos sus rincones
porque las alas de una falda suben y luego miran al suelo como dándoles lástima
la quietud de lo pesado.
El molecular desorden anunciado por las escrituras
se produce por pálpitos en la sangre.
Pero ella, descalza, sólo baila...
2 comentarios:
La intensidad con la que llegan las sensibilidades a la sensibilidad.
Una delicia tu entrega Su.
Abrazos
Gracias por pasear por aquí. Un abrazo, Anita.
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