Su voz tiene dos de siete
velos rotos por heridas automáticas,
una cadencia de rocas abatidas
y episodios de sueños bajo sospecha.
Si vuela, parece que cae muy abajo, tanto como una rosa
crece desde el principio hasta retablos divididos en celdillas
de mieles con cítricos insondables.
Cuando cae, es capaz de salir de cualquier límite,
de raptar alguna estrella que jamás querría escapar de las redes que la tienen
dentro de esa cueva de paredes con dibujos de grafitos y de platas.
Experta en imágenes equívocas,
esa voz bebe suspiros y dobla tácticas,
enaltece la vida entrando en el círculo infinito de esquinas polivalentes
porque escatima menesteres cuidando lo que no le importa a nadie
que no conozca cómo funciona la luz de poderes imposibles.
Su voz no calla cuando ruge el ruido de la costumbre.