No sé si ya estabas muerto en el amanecer del alba,
cuando extendía mis manos
y las tuyas se callaban en aquella casa fría.
No sé si tu cuerpo se movía o paralizaba el mío
con un gesto de cansancio si un salto
se asomaba en mis pupilas.
Era el silencio tu norma, era el hastío tu herida,
érase una margarita deshojada de antemano
fuera de toda esperanza,
desterrada de la vida.
No sé si fingías ser un sabio triste o algún soberano ausente,
nunca supe si tus pasos llevaban rumbo
o sabías que perdiste.
Hoy te siento en el murmullo de una noche malquerida,
hoy te reconozco intacto,
como un himen sin caricias.
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