Yo no robo los claveles de las tumbas,
que fue un soplo con aliento de alfileres lo que se llevó
sus pétalos dentados.
No me siento en piedra muerta
para observar lo que dicen que ha pasado, no puedo mirar inerte
los relámpagos del cielo, que siempre abre sus puertas cuando le llamas.
Las viejas casas que encendían los ojos para alumbrarnos
hoy maquillan rostros nuevos,
ya no recuerdan aquellas noches espejadas porque nacen a diario,
cuando cada día termina con los afanes de la cordura vigilante.
Las calles se levantaron y volvieron la cabeza,
esa cuesta que corría hacia la plaza
sigue ahora atentamente la dirección de una flecha
sin importarle más que el impulso de unas manos.
La turquesa se desvive por un lecho de mercurio
y un diamante hace carbón con el roce de la vela.