Como en aquellas tardes de domingo,
grises y blancas, ni siquiera negras.
El sol parecía no moverse
mientras las sombras
amenazaban con quitarte la respiración.
Y los ojos rehuían lo que miraban,
y el momento siempre era autoridad,
en tierra quemada nunca era de día,
oculta bajo pisotones de sal.
Ese lugar de nadie, esa hidalguía
de cartón piedra catecúmenamente
labrada con garrotes y celdas,
el pecho fuera, el orgullo dentro
de una caja de máxima seguridad
en espera del gas que duerme a los niños.
Suerte que algunos artesanos
esas cajas las fabricaban sin fondo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario