El amor es odio sin dientes,
retícula entregada a la polaridad
que amamanta los cambios de luz
para que crezcan fuertes.
Igual la sombra que el brillo descienden
por la pendiente engrasada
hasta encontrar el fondo divino
tras la mueca que envilece
la más genial de las artes,
pozo de vidrio incandescente.
Si amando tememos perder,
al odiar soñamos con el laurel del honor,
pero la rueda gira, agita pasiones,
dinamita lo intocable, cambia el humo
por el éter, nos traslada, nos mece
y nos despierta con la velocidad
del viaje en la eterna noria.
Aunque a nosotros,
pobres seres a merced de la corriente,
nos parece que elegimos
el final de nuestra historia.