Esa mirada sombría
ha sobrevivido a desfiles de gárgolas orientales
y a músicas que heredan los roces
de todas las telas.
Mucho más tarde que ayer y que mañana,
el reflejo en el vidrio
desvela un mundo mirando
la luz quebrada en las gotas de la sangre,
sabor de cobre y estaño
espesado con cemento,
lo justo para que no baile demasiado
el hemograma que dibuja
la fluctuación del hierro.
Su sombra en la pupila descarnada
reconoce la mía
y las dos se alían como dedos de una mano
para alcanzar la cima desde donde dicen que se ve
los fondos de los lagos
y las sonrisas celestes.
En el limbo del adentro se sugiere la voz
de la espesura golpeando las cuerdas
de todos los aires,
ahí fuera,
entre la niebla.