Abre sus ojazos como si fueran bocas
del hastío del cuerpo de las casas,
como una fea bola aplastada,
tan joven,
por todas partes.
Aquella luz verde,
brasero apagado,
velas de esperma,
sabor de
palabras
arbitrarias.
El vientre de cemento te lanzó lejos,
iluminado por arañas intermitentes
en retratos muertos,
transeúnte por dentro
de una gran hoguera
en el alma de nadie.
Con cuánta impaciencia esperar la hora del
humo en la chimenea, seguir el camino,
permanecer allí, tener sal, alimentar
el venir, sentar la espera.
Escrito gracias a Wilde, Nietzsche, Sánchez Ferlosio, Adriano González , Van Gogh y mi colega el Tano.
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