Pasea Diderot por la alameda frondosa
de las ideas sin tiempo.
Heredero de Platón, la belleza le persigue
sin darle tregua en el riesgo
que la bondad representa bajo la losa
inconsciente de los políticos ciegos
por la maldición de la praxis
para el poder de los reinos.
La Enciclopedia amenaza
por la extraña sugerencia
de que otro mundo es posible
sobre la ardiente central nuclear
que amenaza las potencias
de las verdes democracias.
Conseguiste, Diderot, lo que ya había nacido,
lo que las gentes soñaron, placer
de virtudes en las entrañas del viento
y concebido en mil desgracias.
Lo que ha sido, será, ciudadano,
y los reyes morirán sin que esta vez
les ataque alguna mano.
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